Thursday, July 25, 2013

ÑUBLE: YO QUERÍA SER REGIÓN

De cuando en cuando, repartido en la ciudad y la prensa chillaneja, me encuentro con un logotipo que grafica esperanzador el anhelo de convertir a Ñuble en región.

Sin embargo y a poco andar, caigo en cuenta que la idea no se sostiene en pie ante las preguntas obvias: ¿Qué sentido práctico, teórico e ideológico sustentaría una re-definición político- administrativa conducente a producir una unidad de menor tamaño a la actual región del Bío Bío? ¿Existen razones mayores a la moda -retro militar- de regionalizar y el afán exitista, provinciano y ramplón de que Chillán sea capital regional?

Las respuestas y argumentos son diversos pero no exceden por mucho a las ganas. Aparece como primer estandarte de lucha, la autonomía. Renegar y contravenir a Concepción donde zurdamente se tomarían todas las decisiones con desconocimiento absoluto -cuasi intencionado- de los recodos regionales. Este argumento mixturado con la descentralización se robustece cuando se extiende a Santiago donde, sin duda, residiría la raíz de todo mal.

La segunda razón que sostendría el proyecto es el aumento de la inversión y el impulso que alcanzaría la actividad productiva. Este argumento más que razón, aporta la componente especulativa mercantil necesaria para seducir al empresariado que, a su modo, visualiza  el acercamiento de ese melódico futuro esplendor prometido por Lillo y Carnicer hace años.

Otro de los argumentos esgrimidos se funda en la diversidad regional y sus variopintas necesidades asociadas a su idiosincrasia, recursos naturales, etc. supuestamente irreconciliables en la silueta regional actual.

En otro flanco más doméstico, un argumento que para no pocos justificaría la bipartición del Bío Bío es la reducción temporal en burocracia, es decir, el ahorro de tiempo en trámites que supone evitar un viaje a Concepción. Por último y con el mismo grado de irrelevancia, siempre aparece soterrado y como extraído de un manuscrito de Manuel Jesús Ortiz, el anhelo desarrollista colono-tardío de querer vivir en la capital… de región, pero capital al fin y al cabo. Lo que quiera que esto signifique.

Ahora bien, repasemos estas ideas un poco a la luz de la teoría, un poco a la luz de los hechos.

Como es sabido, el desarrollo de un territorio en los contextos de mercados globales actuales, solo es posible a través de la diferenciación (especialización) en tanto constituye ventaja comparativa para sumar(se) a ellos. Estas especializaciones, por cierto, definidas desde la vocación y/o lo que el territorio en cuestión está llamado a ser. En otras palabras, partiendo de las identidades locales, consiste en levantar, desde lo que se sabe hacer, un cómo hacer nuevo y determinar así, en qué se puede contribuir al concierto global para conseguir el almuerzo.

En términos demográficos cuantitativos, Santiago alberga a más de seis millones de chilenos. ¿Cómo no habría de concentrar también un alto número decisiones estratégicas…? guste o no, el solo hecho de que haya tal número de interesados (juntos) lo explica, por cierto que no necesariamente lo valida. Es altamente probable que las sinergias entre sus líderes, profesionales, ciudadanos, etc. sean más intensas o, a lo menos, mayores en número. En efecto, el único motivo por el que cada año se reúnen mas chilenos allí, es precisamente ese, el potencial relacional que ofrece juntarse.

La estrategia para hacer contrapeso a esa verdad demográfica entonces no es el grito, producto de una rabieta infantil (¡Hey… Me llamo Ñuble, ¡ya no quiero ser provincia, exijo el status de región! ¡Te ordeno me lo concedas…!) sino que es otra verdad demográfica: en regiones existe más población que en la capital y si a eso agregamos que somos productores de los alimentos y el cobre, podemos transitar desde una lógica que demanda asistencialismo tipo FOSIS, a una lógica algo mas proactiva tipo CORFO. Podemos incluso superar la burda competencia antes descrita y negociar -no suplicar- un modelo de desarrollo equilibrado, por cierto, evitando migrar del rol de oprimidos al de opresores. Para efectos prácticos, esta idea nos permitiría sentarnos a la mesa y proponer calmadamente un ¿negociemos…?

Ser el productor de la comida y el del sueldo del país permite, sin duda alguna, buscar hombro con hombro un proyecto de vida que convenga a moros y cristianos, lagartijas y arbolitos incluidos si se quiere.  

Pero ¿qué faltaría para hacer eso? la respuesta es simple y lamentablemente conocida: unirnos como regiones. La estrategia de desarrollo regional nacional no pasa por segregarnos más, pasa justamente por la operación contraria: trabajar en equipo definiendo arquitecturas organizacionales coordinadas, complementarias, colaborativas y horizontales.

Justamente allí radica el principal error del proyecto Ñuble Región: va en el sentido contrario a la unión de un territorio toda vez que busca atomizar aún más lo ya atomizado y lo que es aún peor, anhela consolidar el átomo resultante con una camisa administrativa más. Si el perímetro de la provincia de Ñuble actualmente está dibujado con lápiz grafito, el proyecto propuesto, lo remarca con plumón. En igual línea, si la regionalización de Chile es en sí misma un problema heredado, Ñuble Región lo intensifica aún más y de paso, lo consolida hacia el futuro.

Desde que tengo conciencia he oído que la unión hace la fuerza. También suena mucho su inverso maquiavélico: “Divide y vencerás…” pero más que el amén a frasecitas validadas por tradición, resulta validable en tanto los territorios que han logrado situarse en el concierto global, han ido en la dirección de la asociatividad, la cooperación y la sinergia.

El valle de Aburrá en Colombia es un ejemplo de interés en el barrio, donde co-actúan municipios, provincias y regiones en unidades territoriales que las exceden administrativamente, gestándose allí un modelo único de negociación nacional y global tripartito: público privado y académico. El proyecto Ciudad Valle Central que levantara la Universidad de Talca hace algunos años es un ejemplo más cercano aún. Una macro región en el valle central de Chile entre Santiago y Concepción –excluyendo estos polos- parecía auspicioso, sin embargo, faltó lo que falta siempre: trabajo en equipo, asociatividad, cooperación, sinergia y todos los demás miembros de esa familia.

El segundo error en el que se incurre, es que Ñuble Región no apunta a los aspectos que permitirían, en los hechos, instalar a Ñuble en el desarrollo (asumiendo que este último es el objeto de deseo). El proyecto no levanta creativamente desde las potencialidades reales una estrategia integrada (económica, técnica y sociocultural) de territorio. No define tal unidad desde una vocación mercable y sincera que permita reputarnos en el contexto nacional y/o global, sino que apela al ascenso en la pirámide jerárquica país, de una unidad preexistente que simultáneamente desecha por insuficiente: la provincia.

Lo anterior no difiere de la paradoja de la carrera funcionaria pública, se quiere ascender en una estructura que, casi siempre, se aborrece.

En esa línea Ñuble Región pretende re-definir a través del fortalecimiento de una abstracción casi lingüística preexistente, una camisa más gruesa que llenar, ya se verá después con que. Es cierto que la vocación de nuestro territorio no coincide con el polígono -región- existente, pero de seguro, tampoco lo hará con un polígono menor y más aislado.

Hoy sabemos, en la teoría y en la práctica, que la ostentación de un rango, título o status no basta ni lejanamente para resolver los problemas, en tanto no dice de lo que complejamente somos. Sabemos también que las estructuras colaborativas que surten efecto positivos son horizontales y no piramidales, por lo que el ascenso en la solemne jerarquía institucional de nuestra patria, ya no basta ni asegura absolutamente nada, ni en educación, ni en política, ni en economía. Por el contrario, una re-definición político administrativa de ascenso jerárquico (de provincia a región) como ya hemos constatado, genera más inauguraciones y cargo públicos que efectos reales y duraderos. Por cierto y cómo podemos verificar en la prensa, ya comienzan a probarse el traje de intendente varios de los gestores de Ñuble Región.

Por su parte, la generación de institucionalidad nueva y autónoma, contribuye a desmantelar el argumento del ahorro de tiempo en tramitación y gestión. Una nueva región asegura por defecto y a lo menos por un tiempo, una estructura más pequeña, menos experimentada y con menor poder de acción. ¿Por qué de algún modo desconocido operaría mejor y apalancaría más recursos directamente desde Santiago? ¿Será que con menos integrantes una región genera conocidismo y este permitiría agilizar los procesos?, si es así, no diferiría del modelo actual de “gestión” y dicho sea de paso, partiríamos mal de nuevo…

Respecto de los argumentos de la reducción de tiempo asociado a los viajes a concepción, parece razonable, pero insuficiente para justificar tamaña intervención. Por su parte, el deseo que exige querer vivir en una capital, no es siquiera cuestionable desde la lógica aquí utilizada, si interesante desde lo emotivo y la pobreza interior humana. En suma y respecto de estas dos últimas razones, solo cabe especular que tal vez, son las que explican como en 2011 con solo un 32% de la población de Ñuble conociendo los alcances del proyecto, había un 86% de Likes para el mismo.

¿Que tenemos entonces?

Por ahora, una voluntad absolutamente valorable de reunirse para pensar y planificar el territorio, para plantearnos el proyecto de vida que queremos, el sueño de desarrollo común, solo que martillamos el clavo errado… por el momento.

En efecto, no es un insumo menor sentarse durante más de 15 años a intentar construir una identidad común que probablemente trasciende a Ñuble, tampoco es un proceso rápido ni mucho menos simple. Requiere ciertamente mucho acuerdo, aprendizaje común y varias toneladas de empatía.

Debemos agudizar la reflexión, abrirla aún más y desdoblados de las meras ganas, convocar a toda la vecindad, amigos y no tanto para repensar el sentido del foco y el tamaño del mismo, no sea que cumplidos los 18 años miremos hacia atrás coreando el “yo quería ser mayor” de Roque Narvaja y terminemos irremediablemente rezando el “ya no quiero ser mayor” del último estribillo. Lo anterior, precisamente por no haber producido, desde lo que somos, el upgrade que implica y evidencia la mayoría de edad,  y habernos conformado en cambio, solo con la chapita que la declara.

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